(Sevillanas y rumbas giralderas, 1979)
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Una mañana las marismas se despiertan,
con un vibrar de tambor y un cante de
las adelfas.
Los peregrinos descalzos (bis)
con una oración de piernas sin
pronunciar un quejío van detrás de
una carreta.
Va
detrás de una carreta, carreta del simpecao,
que en los surcos de la tierra, va
cantando con sus ruedas las plegarias rocieras.
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Entre pinares de plata por carriles de lucero,
hacen camino las voces de las
plegarias de Gelo.
Se han callao los
serafines (bis)
en la catedral del cielo y se encienden las estrellas en el
altar rociero.
En
el altar rociero, la sonrisa de la Virgen va iluminando su cara,
porque está
rezando Gines cantando por sevillanas.
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Abuela que vas cubriendo la espalda del simpecao,
cualquier rocío te nos va ya
para siempre a su lao.
Me han dicho
que vives sola (bis)
que tus hijos se murieron, te levanté esta mañana al
caerte en el sendero.
Al
caerte en el sendero, y con tus pies doloríos
sin hablar me sonreía,
viva mi abuela y la Virgen del pueblo de Andalucía.